Horror no forzado

WIMBLEDON

Horror no forzado

Horror no forzado

REUTERS

Fue un desastre absoluto, pero tampoco cabe mucha sorpresa, porque jugaba Conchita. Duele la forma de perder, la desgana, los pucheros. Siempre es igual. Basta el vuelo de un moscardón para que se desmorone.

Es una pena ser tan bueno y tan frágil, pero es un pecado ser un genio y pasar, la ausencia total de pasión.

La ilusión de una sola persona que viera el partido, español o de Nepal, debería obligar a morir en la pista. El deportista representa una ilusión colectiva, de los que juegan los domingos, de todos los que darían algo por estar allí. Más que un problema de amor al tenis es una cuestión de amor propio.

Henin, un prodigio sin músculos, aprovechó para entrenarse y lucir repertorio. Fue un monólogo. En el segundo juego Conchita empezó a dolerse de un hombro, ya tenía cara de vencida. Quizá la culpa no es sólo suya, sino de un tenis femenino que salvo honrosas excepciones está poblado de jugadoras multimillonarias cuyos cuerpos delatan falta de entrenamiento y exceso de grasa.

Tras su derrota, Conchita se llevó 16 millones de pesetas, el premio por alcanzar los cuartos. Seguirá ganando dinero y partidos, el honor, amiga, es otra cosa.