Nadie lo podrá olvidar nunca

Tenis | Wimbledon

Nadie lo podrá olvidar nunca

Nadie lo podrá olvidar nunca

Nadal ganó a Federer en Wimbledon tras triunfar en Roland Garros. La lluvia enturbió el duelo. Fue la final más larga de la historia

Nadie lo olvidará. Jamás. Nadie olvidará la angustia, el triunfo. Podrán pasar otros 42 años hasta que otro tenista español gane Wimbledon, que no pasarán. Podrán irse generaciones enteras, que no se irán, porque Rafael Nadal Parera volverá a ganar más veces en el All England Club. Y será muy pronto, como pronosticaron los dioses de este juego: Björn Borg, Manolo Santana, John McEnroe. Pero nadie olvidará esta tarde en la que Nadal lloraba entre un diluvio de flashes sobre la Catedral del tenis mundial, instantes después de doblar la mano al gran Roger Federer y sólo segundos antes de que Sue Barker le presentara como "The new Wimbledon champion".

Como el Mowgli de los sueños del escritor Rudyard Kipling, Rafa Nadal pasó delante del Triunfo y el Desastre. Trató a esos dos impostores exactamente del mismo modo. Pero, al fin, sólo se reunió con el Triunfo. Esta vez, la preciosa piel del suizo Federer, el Shere Khan del tenis, cuelga en el patio de Mowgli. Y esta vez, Nadal, un gladiador esculpido en el mismo acero que Joe Frazier, no tuvo un Eddie Futch que le tirase la toalla, como aquel día ancestral de Manila, en 1975: cuando Futch detuvo a Frazier, ganó Muhammad Ali, que se vio "al borde de la muerte". Pero ganó. Esta vez, Federer no tuvo la suerte que acompañó a Ali. Federer, acosado por Nadal, una sombra galopante de pesadilla a la que enloquece la fragancia de la victoria, cedió su corona en el All England.

Los números dirán que Nadal dejó escapar una asombrosa cadena de oportunidades: dos sets arriba, 6-4 ambos, 3-3 y 0-40 en el tercero. Y los dos match points en la muerte súbita del cuarto. Pero enfrente estaba el gran Roger Federer, con una derecha que puede ser tanto violín como martillo, y con un servicio como un estilete o un guante.

Parones inoportunos.

Hubo dos suspensiones, y las dos cortaron el ritmo de Nadal en momentos importantes: sirviendo 4-5 abajo en el segundo set, y con 2-2 y deuce en el quinto. Federer sirvió 25 aces. Firmó 89 puntos ganadores. Federer es un atleta artístico de ensueño: tanto como aquel Muhammad Ali que danzaba como una mariposa y picaba como una avispa. Pero enfrente del artista Federer había una fuerza desatada, Nadal, con la ambición ganadora de Frazier, de Rocky Marciano. Más, incluso, que John McEnroe, quien perdió aquí mismo ante Borg la fantástica final de 1980, tras ganar el tie break del cuarto set por 18-16

Aquel domingo de 1980, McEnroe cayó, entre otras cosas, porque fue sirviendo por detrás en el quinto set ante la concentración inhumana de Borg. Este domingo de 2008, Nadal también servía por detrás en el quinto, con las heridas abiertas de los dos championship points perdidos en la muerte súbita de la cuarta. Esas heridas hubieran mandado al fondo a cualquier otro jugador en el mundo. No a Nadal. "Tiene la solidez de una roca", dijo Federer tras la derrota, con expresión infinita de tristeza infinita.

Un verdadero artista.

Federer usa la raqueta como un instrumento que crea arte en movimiento. Todo eso le vale ante el 99% de los jugadores que se mueven por las canchas del mundo. Pero una cosa es tirar a Ancic o a Söderling con ese precioso revés y con la finísima derecha de seda, y otra cosa muy distinta es percutir contra un muro ambulante que se desplaza, que no cede, que devuelve por golpe, que te martiriza el revés. Pero cualquier cosa que el mundo diga sobre Roger Federer, deberá atenerse a una verdad suprema: Roger es tan artista como hombre de coraje y de valor.

Y, ¿qué es Nadal, entonces? "El verdadero número en estos momentos", nos responde Bud Collins, el colega demócrata de Boston, que ha venido 41 veces a Wimbledon. En hora y 34 minutos, Nadal ganó dos sets a Federer con sólo dos bolas de break: en todo el torneo, nadie había ganado un solo set al suizo. Nadal firmó la segunda manga llegando desde un 1-4. Pero Nadal, amo y señor de Roland Garros y nuevo conquistador de Wimbledon, pasó de estrechar la mano al Triunfo, a saludar la cara del Desastre: perdió el tercer set en la muerte súbita, con alguna bola dudosa, y Federer, luchando por su vida y por su honor, encontró esperanza tras esa victoria parcial.

No fue esperanza, sino una resurrección, lo que aleteó en los ojos del gran genio suizo cuando también volvió a arrebatar a Nadal el tie break en el cuarto set, después de verse 2-5 abajo con el saque de Rafa en ese mismo juego. En esa muerte súbita fue cuando Federer levantó dos match points: uno, con un saque directo, y otro bajo el servicio de Nadal (8-7): ahí, un fantástico revés paralelo de Roger cambió el rumbo de la final, la envió directamente a la mejor historia del tenis y colocó a Nadal ante la prueba más extraordinaria.

Gran resistencia.

Ningún otro ser humano hubiera podido ganar entonces a Federer esta final de Wimbledon, en las condiciones en que Nadal debería haber quedado: sirviendo por detrás en un quinto set ante Federer, en la final del All England. Borg se asombraba en el Royal Box. Pero ahí, el mundo contuvo el aliento y empezó a preguntarse qué y quién es Nadal. Él, que debería tener la moral apuñalada, resistió los asaltos iniciales del suizo Federer en el quinto set, pese a la nueva suspensión por una lluvia, que arreciaba de nuevo.

Sólo se vio ante una bola de break, en el octavo juego. La negoció con éxito y a partir de ahí, fue abriendo la agonía de Federer, que se desangraba y extenuaba juego a juego. Con 5-5, Nadal ya tuvo 15-40 sobre el saque de Roger. Apenas se veía, pero algo quedaba claro entre el crepúsculo: cuando el servicio dejara de salvarle, Federer sólo sería un naúfrago en la tempestad de furia generada por Nadal. Con 7-7, y a la quinta ventaja, Nadal rompió y pasó a servir para el partido, para los Campeonatos de Wimbledon. Un passing milagroso de Federer limpió la tercera bola de partido, pero a la cuarta, tras cuatro horas y 48 interminables minutos de partido, 413 puntos y dos suspensiones incluidas, Wimbledon cayó en manos de Nadal, y Nadal sobre la hierba sagrada de Wimbledon

Y ya tendremos siempre la memoria de la gloria en el All England. El día en que el chico bronceado, nuestro Mowgli, nuestro campeón, lidió con el Triunfo y el Desastre como los dos viejos impostores que son, y los supo tratar exactamente del mismo modo. Wimbledon es ya su casa y su hierba, su reino y, al mismo tiempo su tierra. Nadie olvidará este día ni esta final. Nadie lo olvidará: nunca.